László József Bíró, conocido como Ladislao José BiroB, cumpliría hoy 117 años. ¿De quién se trata? De un inventor húngaro nacionalizado argentino que pasó a la fama por dar vida al bolígrafo o birome, tal cual sería el nombre comercial del producto. Hoy Google le dedicó un doodle.
Biro, de oficio periodista, tenía en su lista de patentes el de una lapicera fuente nacida de los problemas que tenía con su pluma cuando se le trababa en medio de una entrevista.
Junto a su hermano Georg, quien era químico, fabricó una tinta muy útil para la escritura a mano, pero que no podía utilizarse con la pluma pues se trababa al escribir.
¡Orgullo en el #Doodle de hoy! Homenajeamos a Ladislao José Biro, el húngaro que se hizo argentino e inventó la birome. pic.twitter.com/OQ7lRyJRer
— Google Argentina (@googleargentina) 29 de septiembre de 2016
Cómo nació el bolígrafo
Allí nació la idea para fabricar el actual bolígrafo. Ladislao obtuvo la idea al ver a unos niños mientras jugaban en la calle con bolitas, que al atravesar un charco salían trazando una línea de agua en el piso seco: ahí se dio cuenta de que en vez de utilizar una pluma metálica en la punta, debía utilizar una bolita.
El primer prototipo fue patentado en 1938 en Hungría. Ese mismo año, el ex presidente argentino Agustín Pedro Justo, lo invitó a radicarse en su país cuando de casualidad lo conoció en momentos en que Biro realizaba en Yugoslavia notas para un periódico húngaro.
Agustín Justo lo vio escribiendo con un prototipo del bolígrafo y maravillado por esa forma de escribir se puso a charlar con él. Biro le habló de la dificultad para conseguir una visa y Justo, que no le había dicho quien era, le dio una tarjeta con su nombre.
Recién en 1940, en medio de la Segunda Guerra Mundial, Biro decidió escapar junto con su hermano hacia la Argentina. Los acompañó Juan Jorge Meyne, socio y amigo que lo ayudó a escapar de la persecución nazi por su origen judío.
Instalado en Colegiales, un barrio de la Ciudad de Buenos Aires, los tres crearon la compañía Biro Meyne Biro. En un garage con 40 operarios y un bajo presupuesto perfeccionó su invento, realizando el 10 de junio de 1943 una nueva patente en Buenos Aires.
Lanzaron el nuevo producto al mercado bajo el nombre comercial de Birome, acrónimo formado por las sílabas iniciales de Biro y Meyne. Su venta al público fue de entre 80 y 100 dólares, un costo excesivo para esa época.
Los libreros consideraron que esos “lapicitos a tinta” eran demasiado baratos como para venderlos como herramienta de trabajo y los vendían como juguetes para chicos.
Al respecto, en su última entrevista antes de morir, Biro afirmó: «Mi “juguete” dejó u$s36 millones en el tesoro argentino, dinero que el país ganó vendiendo productos no de la tierra sino del cerebro».
En 1943, Biro licenció su invento a Eversharp Faber, de los EEUU, en la entonces extraordinaria suma de u$s2 millones, y en 1951 a Marcel Bich, fundador de la empresa Bic de Francia.
La sociedad formada por Biro y sus socios quebró, aquejada por falta de financiamiento y por nuevos inventos que no tuvieron éxito comercial.